Porque tú lo dices

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"Porque yo digo" y tu voluntad se hizo
"Porque yo digo" y mi cuerpo cedió ante tus manos
"Porque yo digo" y mis deseos se incrementaron
"Porque yo digo" y mis gemidos no pude controlar
"Porque yo digo" y mi cuerpo te dedicaste a extasiar
"Porque yo digo" y me moviste y manipulaste a placer
"Porque yo digo" y sólo pude dedicarme a sentir
a sentir todo lo que me dabas, todo lo que me hacías.
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Porque tú dices, porque tú quieres,
porque hoy me tomaste a diestra y siniestra,
porque hoy me hiciste tuya,
no me pude oponer
y en verdad lo disfruté...
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.....te disfruté.


Para pillar sueño

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¿Qué mejor manera de lograr agarrar sueño que un tranquilo pero sustancioso rapidín nocturno?



El sueño llega porque llega
y duermes porque duermes

Cuando la lluvia cae

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Era la caída del día, superado segundo a segundo por el imponente brazo de la noche que se acercaba sin tregua, amenazando con borrar del cielo cada rastro de luz que intentara escapar. Las nubes estaban aliadas con noche, y aún cuando el sol todavía reinaba sobre el cielo, éstas se encargaban de opacarlo, cargadas de agua y hielo. El viento era su medio para moverse e invadir todo el azul del día, quedando reducido a un estrepitoso, húmedo y destellante gris que amenazaba con reventar.
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Desde el balcón de su casa sentí cómo las nubes se acercaban con su bombardeo, como si intentaran atacar todo cuanto se moviera sobre la tierra. Una ráfaga de viento acelerado atacó primero anunciando la muy cercana llegada del ejército de gotas de agua que se lograba ver a lo lejos, que vibrantes e inquietas, cubrían terreno con un estruendoso andar y el típico olor de la tierra mojada que quedaba tras su paso.
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La llamé para que admirara junto conmigo la majestuosidad de la tormenta que a cada palabra se venía acercando, por fin llegó a la altura del balcón y bañó todo cuanto estaba a la intemperie...10, 15, 20 minutos....tal vez media hora duró aquél temprano diluvio de mediados de mayo. Gotas de agua acompañadas de nada despreciables bolitas de hielo, la combinación perfecta para contrarrestar el sofocante calor de los últimos días.
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Admirábamos y divagábamos en complicidad mientras veíamos el espectáculo de la madre naturaleza frente a nosotras, protegidas por el techo de su casa. Una vez terminado todo y habiendo quedado tan sólo relámpagos esporádicos y el peculiar y agradable olor a tierra mojada, regresamos al interior de la habitación.
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Con la mente estimulada por los pensamientos que llovieron a la par de las nubes, nos recostamos sobre la cama, cediendo casi de inmediato a la tentación de su boca hasta el punto en que mis besos recorrieron su cuello, lóbulos y sus hombros, hasta que nuestras respiraciones tomaron un ritmo menos pausado y hasta que su cuerpo y el mío pedían algo más.
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Ignoré el propio, concentrándome en ella, en lo que su piel y su interior me pedían. Conservando la calma con la que habíamos llegando a ese punto, dejando que este encuentro fuera tranquilo y no como algunos del pasado que han tenido por característica principal el vigor.
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La acaricié por todo su costado derecho hasta poco arriba de su rodilla, suave y apenas rozando la piel, dejando una estela de cosquilleantes sensaciones. Llegué hasta ahí, ahí donde su cuerpo decía "atiéndeme, tómame"; al lugar con el que, si se hace de la manera correcta, puedo conseguir hacer vibrar su cuerpo y alma.
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Cálido, tibio.....húmedo como el ambiente que nos rodeaba, como la tierra después de la lluvia; anhelante de antención. Yo se la daría hasta que ya no pudiera más, hasta que su ser quedara lo más satisfecho posible. De toda manera que se me vino a la mente lo intenté, manteniendo constantes besos y caricias, siempre y cuando la posición lo permitiera. Procuré abrazarla mientras todo pasaba, tenía ganas de sentirla cerca y transmitirle todo lo que me hace sentir no sólo con mis manos, sino también con mi cuerpo, mi boca, mis ojos, mis pensamientos....con toda mi existencia.
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Al fin, después de no sé cuanto, escuché de sus labios salir un susurrante "espera...", me detuve, retiré mi mano de su intimidad y la abracé apoyando mi cabeza en su hombro mientras ella intentaba recobrar la normalidad de su respiración que se negaba a dejar ese ritmo agitado y entrecortado que tenía.
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Ya todo vuelto a la normalidad y habiendo perdido el típico calor que nace cuando 2 amantes se unen, permanecimos tumbadas en el colchón hasta que la hora del baño llegó, ambas sonrientes, bien acomodadas una sobre la otra, sintiendonos y haciéndonos compañía en silencio, así hasta que al fin la noche devoró lo que quedaba del día.
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